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Bajo presupuesto y falta de modelo. El dilema para las adquisiciones militares.

Bajo presupuesto y falta de modelo. El dilema para las adquisiciones militares.

Autores: Germán Montenegro (UMET/UNQ) | Roberto López (UNLa/UMET)

Javier Milei junto con la General del Ejército de los Estados Unidos Laura Richardson, comandante del Comando Sur.

Durante los últimos meses de la gestión de Alberto Fernández, y los inicios del actual gobierno libertario, el estado argentino ha avanzado en la adquisición de cierto equipamiento militar en cumplimiento del objetivo de dotar a las fuerzas armadas de medios materiales para el desempeño de las distintas misiones que le fueron encomendadas.

Entre los más destacados se pudo conocer la compra del sistema misilístico RBS 70 NG, helicópteros Sea King, aeronaves de patrulla marítima P3C, transportes pesados C 130 H, de enlace B 200 Hurón y ERJ 140 LR, el caza multipropósito supersónico F 16MLU y las Lanchas para Instrucción para Cadetes (LICA), solo para mencionar algunos. Más recientemente han circulado noticias relacionadas con la intención de considerar la adquisición de equipamiento de gran magnitud; un buque de asalto anfibio, aeronaves de abastecimiento aéreo KC 135 y la recuperación de la capacidad operativa antisubmarina, perdida luego del hundimiento del ARA San Juan en 2017. 

A propósito de ello, la Generala Laura Richardson -comandante del Comando Sur de los Estados Unidos- expresó recientemente su expectativa de colaborar con las fuerzas armadas argentina en el citado proceso de adquisición de equipamientos. Mientras tanto, la República Popular China no ha dejado de desarrollar acciones en ese sentido e incluso la República de la India -entre otros- mostró interés en el mercado militar argentino. Un balanceo que no vendría mal, en estos tiempos de turbulencia geopolítica.

Sin dudas, a Argentina le es imperioso aferrarse a un multipolarismo capaz de ampliar el catálogo de opciones sin la necesidad de perseguir los designios del gran hegemón, quedando sujetos, de este modo, a la suerte de las buenas, o malas decisiones, que corra la política exterior de Washington. Siguiendo la línea argumental del Dr. Luciano Anzelini, las acciones de la política exterior argentina en tiempos del presidente Milei podrían considerarse como una errónea, y sobreactuada, interpretación de la doctrina elaborada por Carlos Escudé en la década de las relaciones carnales.

Por otro lado, sin duda el equipamiento -este u otro- es necesario dada la obsolescencia e incluso la ausencia de materiales para darle continuidad al cumplimiento de la función primaria de las fuerzas armadas. Queda claro que, sin actualización de los medios materiales, y el debido adiestramiento, no tiene sentido tener Fuerzas Armadas, aunque esa es otra discusión.

Haciendo historia corresponde decir que para principios de los años ‘80 la República Argentina heredó una organización militar constituida sobre la base de un conjunto de premisas particulares. Primero, el posicionamiento de las Fuerzas Armadas como actores políticos predominantes en el marco del sistema político y el acceso a recursos presupuestarios significativos concomitantes con esa posición. Segundo el desarrollo y mantenimiento de estructura militar constituida por tres fuerzas armadas prácticamente autónomas entre sí, dotadas con una estructura orgánica de gran magnitud relativa y un despliegue capilar en el territorio. Tercero, atendían tres tipos de empleos que se había ido acumulando históricamente; la posibilidad de una guerra convencional de alcance vecinal en torno a las disputas con Chile y Brasil, el complemento con el esfuerzo militar a nivel hemisférico encabezado por los Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría y el conflicto interno contra organizaciones políticas armadas de raíz peronista y marxistas. La guerra contra el Reino Unido por nuestras Islas Malvinas, obviamente no estaban computada como hipótesis, era Occidente.

Las condiciones políticas que permitieron la conformación y el sostenimiento operacional de este esquema se evaporaron literalmente a partir de 1983, con la restauración efectiva del régimen democrático. Ante esta situación se volvió imperiosa la necesidad de producir una reforma que adecuara los aspectos organizativos, funcionales y del despliegue ante la emergencia de nuevas condiciones institucionales, estratégicas y presupuestarias.

No haber avanzado de alguna manera en ese sentido significó con el tiempo la progresiva reducción de las fuerzas, así como serias limitaciones en su preparación. La política nunca dio cuenta cabal de la necesidad de producir la readecuación organizativa de marras y con el paso de los años y la agudización del ajuste presupuestario asociado al mantenimiento del Plan de Convertibilidad a partir de abril de 1991 se agudizaron las condiciones limitativas.  De hecho, la matriz organizativa, funcional, de despliegue y de distribución presupuestaria sigue siendo la misma que hace décadas, más allá de algunos cambios organizativos y funcionales que no ha alterado el esquema en su esencia.

Hoy, igual que hace tres décadas menos del 1 % del PBI es asignado a la función defensa y el 85 % del presupuesto financia salarios y pensiones. Es indudable que esta matriz no permite el sostenimiento de una organización militar sistémica, bien alistada, completa y con un elevado nivel de adiestramientos y preparación. Eso sí, puede atender exigencias de apoyo a la comunidad, asistencia en catástrofes, campañas sanitarias o algún apoyo a la seguridad interior, todas demandas que la política exige habitualmente a las fuerzas armadas. Ahora hay que tener algo claro, la misión principal está lejos de poder ser cumplida en estas condiciones.

Para finalizar, un dato. Durante los años ’90, bajo la administración menemista y al compás de la drástica reducción presupuestaria, se efectuaron importantes incorporaciones de material militar, sin embargo, la persistencia de la matriz histórica hizo que en pocos años esos equipamientos se desgastaran y empezaran a sufrir severas limitaciones. Sin duda lo mismo va a ocurrir con la excelente iniciativa del FONDEF y con el equipamiento que eventualmente se incorpore bajo otra modalidad.

El problema no se resuelve con adquisiciones solamente, el problema es el sostenimiento y la persistencia de una matriz organizativa anacrónica que asigna un porcentaje ínfimo al funcionamiento, lo cual es clave en este tipo de dispositivos operacionales. En realidad, el problema de fondo es la falta es definición política sobre qué modelo de organización de las fuerzas armadas desea y puede sostener el país.

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